Curiosidades y Anécdotas

Fans del siglo XIX

26/09/2020

Recientemente hemos dado un recital por el 112 aniversario de la muerte de Pablo Sarasate, y revisando algunas notas biográficas, me encontré con una anécdota muy graciosa que voy a transcribir. En ella se refleja claramente el fervor que el violinista navarro despertaba allí donde tocaba. Ocurrió en otoño de 1883 durante una gira que hizo por los países germánicos. 

La cuenta Mariano Vázquez, entonces director de la Sociedad de Conciertos de Madrid, quien acompañó a Sarasate en dicho viaje con el objeto de explorar la situación musical en Alemania. Quedó tan admirado de lo que vivió en el terreno musical, social, organizativo y cultural que, con objeto de dar a conocer su experiencia escribió un interesante y divertido librito, Cartas a un Amigo sobre La Música en Alemania, editado en 1884, que tuvo mucha fama en su tiempo y que aún hoy en día se lee con sumo placer. En dicha crónica es donde narra la simpática escena.

Sucedió que, durante un ensayo en Tréveris, la actual Trier, a Sarasate se le rompió la Prima del violín. Dejó de tocar y bajó del estrado en busca de la caja del instrumento, que estaba sobre un banco, para poner una cuerda nueva. 

Arrojó al suelo los pedazos de la rota, y no bien hubieron caído al suelo, las señoras que estaban más cerca escuchando el ensayo, empezaron a agitarse en su asiento, mirándose unas a otras, y todas a los pedazos de cuerda que había dejado caer el artista. 

Después de algunos momentos de indecisión, una, más atrevida que sus compañeras, se levantó y volvió en triunfo a su sitio llevando los pedazos de cuerda, mientras las otras la contemplaban con envidia y las más cercanas rodeándola parecían pedir parte del botín, que como reliquia pasaba de mano en mano.

Aquellos veranos musicales donostiarras

14/02/2021

Hubo en el primer tercio del siglo XX un artista que hizo de San Sebastián una verdadera capital cultural. Tuvo su casa, Pasquita- Enea, en el nº 13 del paseo que lleva su nombre: Maestro Arbós (1863-1939).

Como reza en la solapa de sus Memorias, “Enrique Fernández Arbós era un espíritu culto, ingenioso y observador. Tuvo la fortuna de vivir el último cuarto del siglo XIX en ambientes tan decisivos para el arte como Bruselas, Berlín, Lisboa, Londres o Boston, brindándosele la ocasión de trabar estrecha amistad con los artistas más eminentes de aquella época”.

Son muchos los donostiarras que desconocen quién fue este artista singular que conoció a Brahms, a Clara Schumann, a Tchaikovski, a Liszt. Alumno de Joachim y amigo de Sarasate, llegó a ser Concertino de la Filarmónica de Berlín y de la Sinfónica de Boston. Como director de orquesta, impulsó innumerables iniciativas artísticas y musicales reconocidas más allá de nuestras fronteras.

En San Sebastián llevó la temporada estival de conciertos, -con dos conciertos diarios-, al más alto nivel musical. Desde julio a septiembre, se sucedían tres meses de música que atraían a numerosos visitantes extranjeros, coincidiendo con el veraneo de la Familia Real.

Gracias al extraordinario don de gentes de Arbós y a su tremenda capacidad de trabajo, tocaron los mejores intérpretes del momento en el delicioso salón del Gran Casino o en la terraza sobre la bahía. Ahí se presentaron en los albores de sus carreras, pianistas como Arthur Rubinstein, o José Iturbi.

El Maestro Arbós dio a conocer obras clásicas que aún no se habían interpretado en nuestro país. En el Casino de San Sebastián se escucharon por primera vez la Misa Solemne de Beethoven, el Réquiem Alemán de Brahms, el Stabat Mater de Dvorak, el Réquiem de Fauré, el Fausto de Schumann, o la Sinfonía Sevillana de Turina.

Estrenó muchas obras de vanguardia, programando a compositores de apellido entonces desconocido: Stravinski, Scriabin, Shostakovitch, Rachmaninoff, Sibelius, Bartók, Walton, Williams y una impresionante lista que abarca compositores de todos los países y estilos. Y también de apellido familiar: Albéniz, Arambarri, Arregui, Bacarisse, Echevarría, Elizalde, Esplá, Falla, Guridi, Isasi y un largo etcétera.

Fue el Maestro Arbós quien inició los festivales monográficos que posteriormente se pusieron tan en boga: El Festival Bach, Beethoven, Debussy, Dvorak, César Frank… En 1915, cuando aún se hacía difícil a oídos que no fueran los alemanes, se atrevió con uno especialmente arriesgado: El Festival Brahms. Contra todo pronóstico, fue un gran éxito.

Como dato curioso quiero añadir que, en 1909, junto con Secundino Esnaola, consiguió que las mujeres ingresaran en el Orfeón Donostiarra para cantar las voces de tiple que hasta entonces hacían los niños. Así empezó la trayectoria de los coros mixtos en España.

A Enrique Fernández Arbós le sorprendió la Guerra Civil en San Sebastián. Aquí murió en junio de 1939, tras una vida de película apasionante y fructífera, que bien merecería un mayor reconocimiento.